Salvó la mano

El pasado 14 de julio, mi tercer hijo se amputó prácticamente la mano trabajando con una amoladora. La cantidad de sangre que perdía era enorme. Otro de mis hijos, presente en la casa, llamó a la ambulancia y mientras tanto, yo comencé a pedirle a Isidoro que mi hijo no se muriera, aún sabiendo que es muy poco el tiempo que tenía para que lo asistieran.

Un hombre trabajando con una amoladora.

Hago un paréntesis para comentar que, esa mañana, durante el desayuno, yo había comentado que Isidoro había fallecido un 15 de julio y que por lo tanto, el 14 ya estaba agonizando y que sería bueno tenerlo presente y encomendarse a él. Poco sabía yo lo que iba a ocurrir esa tarde. Pero el hecho es que yo lo tenía muy presente a Isidoro y él estuvo ahí.

La ambulancia llegó 30 minutos después y mi hijo que había perdido el sesenta por ciento de su sangre, seguía vivo y no había perdido la conciencia. Lo estabilizaron y esa noche fue sometido a una cirugía de cinco horas y media para tratar de salvarle la mano. El médico había pronosticado un cincuenta por ciento de posibilidades.

Demás está decir que durante esas cinco horas y media rezamos innumerables rosarios y oraciones para la devoción privada a Isidoro. Terminada la operación, el médico dio esperanzas de salvar la mano y vaticinó nuevas cirugías en el corto plazo y medio plazo.

Lo impresionante es que a la mañana siguiente, la mano estaba irrigada normalmente, con buena temperatura...

Además de agradecerle a Isidoro por su intercesión, le pedí que no hubiera nuevas operaciones; pero que sí tenían que suceder, que fuera en septiembre, mes de su cumpleaños así quedaba claro que el favorazo era de él.

Efectivamente, en septiembre, el médico confirmó que no habría nuevas operaciones gracias a la sorprendente recuperación de mi hijo.

¿Qué puedo decir, que no sea gracias, Dios mío, por Isidoro?

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