Mons. Echevarría: paz y alegría

Artículo de José Joaquín Camacho, columnista de Siglo Veintiuno, publicado en la edición del 14 de enero de 2017.

El pasado 12 de diciembre falleció en Roma Mons. Echevarría, Prelado del Opus Dei, a quien tuve el gusto de conocer: esto me motivó a estas líneas. La prensa transmitió las condolencias del Papa Francisco, con un mensaje que impactó muy positivamente: “Apenas recibida la triste noticia del inesperado fallecimiento de Monseñor Javier Echevarría, Obispo prelado del Opus Dei, deseo hacerle llegar a todos los miembros de esa Prelatura mi más sentido pésame, al mismo tiempo que me uno a vuestra acción de gracias a Dios por su paternal y generoso testimonio de vida sacerdotal y episcopal.

A ejemplo de San Josemaría Escrivá y del Beato Álvaro del Portillo, a quienes sucedió al frente de toda esa familia, entregó su vida en un constante servicio de amor a la Iglesia y a las almas. Elevo al Señor un ferviente sufragio por este fiel servidor suyo para que lo acoja en su gozo eterno y lo encomiendo con afecto a la protección de nuestra Madre, la Virgen de Guadalupe, en cuya fiesta entregó su alma a Dios. Con estos sentimientos, y como signo de fe y de esperanza en Cristo Resucitado, les otorgo a todos la confortadora bendición apostólica”.

Es de notar el cariño que refleja este mensaje, que destaca la vida de servicio de Mons. Echevarría para con todos. Precisamente, alguien que también convivió con él, hacía notar su corazón universal; cómo sabía querer, y querer de verdad: llegó a amar a millares de personas de todos los continentes. Impresiona cómo transmitió en sus viajes a estas tierras (2010 y 2014) ese su deseo de “promover” la paz y la alegría. Sobre su estancia en Guatemala se recordaba cómo impulsó las tareas con los más necesitados. Entre muchas labores, impulsó directamente la ampliación de los estudios secundarios en el Centro Educativo Técnico Laboral Kinal y visitó y estimuló también el Colegio Junkabal con un impacto considerable en la formación de la mujer guatemalteca, animándoles a llegar a más.

Conociendo las necesidades de Guatemala, hizo considerar la responsabilidad personal para construir una sociedad más justa y solidaria, y movió a actuar con mucha iniciativa y magnanimidad. Hacía agradable la vida a todos y les movía suavemente hacia Dios. Con su evidente buen humor ayudó y daba ejemplo para ser siempre alegres. Sabía tocar el corazón de las personas para acercarlas al camino de la santidad en lo ordinario, lo de cada día.

Era palpable su inmenso amor a la Iglesia y al Papa, a quien servía con fervor y entusiasmo. También en 2014, en El Salvador, les llamó a evitar la división y la separación entre salvadoreños, y apeló al sentido de la paz entre ellos y les llamó a rezar “incluso por los que consideren que están equivocados”. Y dejó un mensaje de paz al país: “Que no pase ni un día sin que pidamos a Dios por este hermoso pueblo, Él nos quiere proteger siempre: no nos apartemos de Él”. El desafío que mantuvo Mons. Javier Echevarría fue dar alegría y esperanza al mundo de hoy; santificar la vida ordinaria llegando a todas las periferias existenciales. Pidamos por el alma de quien tanto bien hizo.